Muchas familias omitieron la inscripción a la guardería en otoño y otras la abandonaron debido a la nueva oleada de casos de coronavirus.
La COVID-19 ha significado que los niños más pequeños no puedan ir a fiestas de cumpleaños o a citas para jugar. Los padres los mantienen fuera de la guardería. ¿Cuál es el efecto a largo plazo de la pandemia en nuestra próxima generación?
Alice McGraw, de dos años, caminaba con sus padres en el lago Tahoe este verano cuando apareció otra familia que se dirigía hacia ellos. La niña se detuvo.
“Oh, oh”, dijo. Y señaló, mientras exclamaba: “Personas”.
Su madre comentó que la niña ha aprendido a mantener la distancia social adecuada para evitar el riesgo de contagio de coronavirus. De esta y otras maneras, Alice forma parte de una generación que vive en un nuevo tipo de burbuja especial, una donde no hay otros niños. Son los niños pequeños de la COVID–19.
Para ella y para muchos de sus compañeros se acabaron las citas para jugar, las clases de música, las fiestas de cumpleaños, la serendipia en el arenero o el vuelo en paralelo en los columpios contiguos. Muchas familias omitieron la inscripción a la guardería en otoño y otras la abandonaron debido a la nueva oleada de casos de coronavirus.
Ahora que los meses de aislamiento invernal se avecinan, los padres están cada vez más preocupados por las consecuencias de las carencias sociales en el desarrollo de sus hijos pequeños.
“La gente trata de sopesar los pros y los contras de lo que es peor: poner a su hijo en riesgo de contraer covid o en riesgo de enfrentarse a un grave obstáculo social”, señaló Suzanne Gendelman, cuya hija, Mila, tiene 13 meses de edad y antes de la pandemia había sido una compañera de juegos habitual de Alice McGraw.
“Mi hija ha visto más jirafas en el zoológico que a otros niños”, dijo Gendelman.
Es demasiado pronto para que existan investigaciones publicadas sobre los efectos de los cierres por la pandemia en niños muy pequeños, pero los especialistas en desarrollo infantil aseguran que es probable que no afecte a la mayoría de los niños porque, a esa edad, sus relaciones más importantes se dan con los padres.
Aun así, un número creciente de estudios resaltan el valor de la interacción social para el desarrollo del cerebro. Las investigaciones demuestran que las redes neuronales que influyen en el desarrollo del lenguaje y una capacidad cognitiva más amplia se construyen a través del intercambio verbal y físico, desde compartir una pelota hasta el intercambio de sonidos y frases sencillas.
Estas interacciones construyen “la estructura y la conectividad en el cerebro”, afirmó Kathryn Hirsh-Pasek, directora del Laboratorio de Lenguaje Infantil de la Universidad del Temple y miembro sénior de la Institución Brookings. “Parecen ser un alimento para el cerebro”.
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