Su apellido persiguió a Gaby por mucho tiempo y era señalada como “la mala cabeza de la familia”. Es nieta del dirigente sindical Blas Chumacero Sánchez.

Cinthia Gabriela Chumacero Rodríguez es una activista transgénero que es ejemplo de resiliencia, generosidad y entusiasmo por la vida para la comunidad Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual, Travesti, Transgénero y más (LGBTTT+). Para sus más cercanas, es casi como una madre que las cobija y alienta a salir adelante.

Gaby” como la llaman de cariño, es una sensual y madura mujer que no tiene tapujos para hablar. Es contundente para exigir que las autoridades frenen la discriminación que existe en contra de mujeres y hombres de la comunidad transexual en Puebla, el cuarto estado del país con más crímenes de odio.

Añadió que es lamentable que la sociedad, el gobierno y la prensa reconozcan a su comunidad solo los 31 de marzo, Día Internacional de la Visibilidad Trans (Travesiti, Transgenero, Transexual) y los 17 de mayo, Día Internacional de la Lucha contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia (IDAHOTB) y que los demás días del año sean ignoradas.

También reprochó que los partidos políticos intenten utilizarlas con fines electorales y que sean doblemente discriminadas y criminalizadas por medios de comunicación “amarillistas” que en vida las llaman “vestidas” y muertas con titulares transfóbicos como “Asesinan a hombre vestido de mujer”.

Chumacero Rodríguez es presidenta del Grupo Transgénero Puebla e integrante de la Coalición Agnes, nombrada así por la psicóloga y activista trans poblana que impulsó el reconocimiento legal de las personas trans y que fue brutalmente asesinada por su novio en 2012.

Además de la violencia y discriminación que viven día con día, la comunidad trans es excluida del ámbito laboral formal y así incursionan en el trabajo sexual que las estigmatiza aún más; la gran mayoría piensa que está ahí por gusto o porque ganan mucho dinero.

“Todo mundo piensa que la trabajadora sexual gana un montón de dinero, pero no es así. Las chicas que trabajan en las carreteras se van por 200 o 250, las de Tlaxcala por 300 y realizan su trabajo en las peores condiciones, expuestas siempre a la violencia”.

Gaby por eso se convirtió en activista, para levantar la voz en busca de que los gobiernos generen no solo programas sociales de inclusión -que poco son puestos en práctica-, sino fuentes de empleo dignas y bien remuneradas.

Ella fue contratada como auxiliar en los Juzgados Calificadores durante el gobierno de la expresidenta municipal Claudia Rivera Vivanco, gobierno emanado de Morena que impulsó los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBTTT+. Al concluir esa administración tuvo que dejar el empleo.

Chumacero Sánchez dijo que cuando una persona trans acude a pedir trabajo es poco probable que se lo den, y que cuando son contratadas las esconden en las bodegas de almacenes, en las cocinas de restaurantes o en maquiladoras con salarios que no les alcanza para cubrir sus necesidades.

En el caso de las profesionistas dijo que hay abogadas, dentistas y psicólogas que ejercen de manera independiente porque no son contratadas en el servicio público, y que hay maestras a las que la Secretaría de Educación Pública (SEP) les ha impedido estar al frente de un grupo debido a que hicieron su transición después de titularse.

“No somos invisibles. Existimos y somos productivas. Se debe educar desde la infancia sobre la identidad de género como se hace en Estados Unidos, Francia y España para que nos deje de decir joven o señor por ignorancia o intencionalmente. Para que en las casillas electorales no griten nuestro nombre de varón para que los más morbosos se rían con nuestra presencia”.

Una historia de lucha y de amor al prójimo

Chumacero Rodríguez tenía 13 años cuando estudiaba la secundaria en el Benavente. Ahí inició su transición tomando hormonas con la ayuda de su madre. Su padre se mantuvo cerca, pero siempre pesó la figura de su abuelo, el dirigente sindical de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), Blas Chumacero Sánchez.

Su apellido persiguió a Gaby por mucho tiempo, era señalada como “la mala cabeza de la familia”. Hoy con el paso del tiempo los que la juzgaron quizá comprendan que la lucha social también se lleva en la sangre, el líder cetemista desde el Congreso de la Unión apoyó la creación del IMSS y el Infonavit, principales logros de la lucha obrera.

Además de su apellido, en los años 90s Puebla era una ciudad sumamente conservadora por lo que Gaby decidió irse a vivir al puerto de Veracruz, donde se hizo bailaría y conoció a “Francis”, ícono mexicano del travestismo, quien con el “El Show de Francis” abarrotó el Teatro Blanquita en la Ciudad de México.

Gaby Chumacero también pisó escenarios con Francis. Ahí conoció el ambiente nocturno de las vedettes, ligado a todos los excesos posibles. De eso prefiere hablar muy poco, aunque reconoció así se inició en el trabajo sexual.

Regresando a Puebla trabajó en bares en donde realizaba shows. Una noche al defenderse de una de las tantas agresiones que vivía a diario, perdió el control y ocasionó daños materiales en un establecimiento, motivo por el cual estuvo encarcelada en el penal de San Miguel. Era principios del 2000.

Gaby recuerda todo lo vivido como un milagro y agradece a Dios estar aquí y ahora ayudando a su comunidad. Hoy con 51 años está consciente que el promedio de vida de una persona transgénero es solo de tres décadas, por lo que todos los días se levanta con entusiasmo para trabajar vendiendo comida afuera de su casa o por pedido.

La vida nocturna, el show y el trabajo sexual son parte de su historia, la que no niega y que abraza con amor para recordarse a sí misma que no permitiría que nada ni nadie la detengan en su lucha por impulsar los derechos de la comunidad trans.

¿Te arrepientes de algo en tu vida Gaby? Sí, de no haber conocido mis derechos desde antes. Quizá no hubiera estado en la cárcel.

A esta conversación Gaby llegó acompañada de Vianey, una maquillista profesional de 41 años que tuvo que huir de su casa a los 11, al ser rechazada por su orientación sexual. Contó que vivió en las calles en donde sufrió lo innombrable, su rostro me lo dice.

Ella también incursionó en el trabajo sexual por falta de oportunidades laborales, mismo que ejerce cada vez menos y que compensa realizando maquillaje y peinado a domicilio, como cocinera, entre otras actividades.

Vianey sabe que el camino aún es largo, pero día a día lucha para seguir adelante. Lo importante para ella es tener amistades sinceras, difíciles encontrar en un ambiente rodeado de abandono, exclusión y violencia.

«Gaby es más que una hermana, es casi una madre. Siempre está ahí para alentarme a seguir adelante. Si hay penas o alegrías, trabajo o no, ahí está ella para decirme que le eche ganas a la vida. Somos una familia”.

En Tlaxcala incrementa la violencia contra la comunidad trans

José Manuel Villa conocido en el ambiente nocturno como “Magnolia” tiene 51 años y aunque nació en la mixteca poblana, desde su niñez radica en Tlaxcala donde se ha dedicado al travestismo.

Contó que tras la muerte del activista César Méndez Barbosa, a principios del 2020, precursor de la Marcha del Orgullo, la Dignidad y Diversidad Sexual en Tlaxcala y propietario del antro gay llamado Queens, se quedaron sin un liderazgo que visibilice la lucha de la comunidad LGBTTT+ en ese estado.

En cuanto a la comunidad trans dijo que trabajan en la Vía Corta a Santa Ana en condiciones inhumanas. En diciembre del 2021 ultrajaron, cercenaron las partes sexuales y metieron en la cajuela de auto a una de sus amigas. La encontraron hasta que salió el olor putrefacto del cuerpo en el estacionamiento de la vivienda de la chica.

“Son violadas, golpeadas y asaltadas por sus mismos clientes que las han ido a aventar hasta el crucero que lleva de Tlaxcala a Texcoco. Apenas avenaron a un chico trans en la carretera, lo dejaron todo golpeado. Le dije date de santos que regresaste con vida”.

Gaby, Vianey y Magnolia, bromean y ríen, debaten sus derechos y sus experiencias de vida en la mesa de un café del centro histórico de Puebla. En ese lugar una pareja de extranjeros también toma café, ni siquiera las miran, cada quien a lo suyo. Posteriormente entra una familia mexicana, si las miran y procuran darles la espalda muy disimuladamente.

A ellas y a mi nada nos importa más que platicar, pasar un buen rato y probar el delicioso pan que nos ofrecieron los chicos que atienden la panadería artesanal y cafetería “Hackl”, quienes también nos dejaron colocar la bandera trans. Mis ojos grandes las miran con admiración y respeto. Ellas como yo también son hijas del pueblo.

Por Mónica Franco

Periodismo de género, reportera y columnista. Soy sobreviviente, insurrecta e independiente. Amo la libertad y escribo historias de imperfectas como yo. Creo en las hijas del pueblo, en las que llegamos sin mediación de un hombre y que caminamos a la par de ellos.

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